(aquél superlativo de corazón...)
si no, un tumulto de tristezas que se unen entre ellas
como si velcros llevaran.
Una memoria que todavía me conecta con aquél tiempo
que estoy convencida que un día viví,
y por ello, todavía, un lugar en que soy feliz,
En esta laguna ya no quedan aguas,
pues lo que mana:
son lágrimas atragantadas
que ni siquiera mojan,
solo pinchan como agujas al meter la mano,
como cristales al caminarles por encima...
Quizá y a mi pesar, el humo negro de un cigarro,
una pausa en un baño para romper a llorar,
un susto cualquier noche en cualquier lado,
un pecho que parece romperse del latir que esconde.
Pero ya y desde hace tiempo:
No la caricia,
no el desaliento por correr en el campo,
el grito para acudir a comer,
la mesa llena,
la magia navideña,
o los azares del destino al llegar el fin de semana.
Ya no el sueño y el dormir,
ni la mochila botando en la espalda,
ni las meriendas de colegio,
ni las pegatinas que allí se cambiaban.
Ya no.
No hay atención para estas fiebres,
para este daño,
para este dolor.
Ni tijeras para las madreselvas que anidan por dentro,
ni alcohol porque el bar está cerrado,
ni aquella frutería.
(La frutería...)
Ya ni siquiera poemas,
porque el poeta solo escribe triste o enamorado.
Pero el trabajador trabaja triste y enamorado.
porque el trabajador trabaja cuando no escribe
e incluso mientras lo hace.
Porque el niño se transforma en trabajador.
y dentro de esa concepción vitalicia le arrebata el tiempo
desarrollando así,
la metaformosis temprana.
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