Yo no tuve la oportunidad.
Por eso lloraba las madrugadas,
cara a la almohada,
ahogada, ahogada, ahogadita.
Y le llegué a rezar a un Dios en el que no creía.
Yo no tuve la oportunidad,
porque me vieron de hierro,
y cristalito de mí,
siempre dio igual lo que sentía
y me golpearon sin saber que me rompía.
Yo no tuve la oportunidad,
pero sí miedo,
y me tuve que susurrar que me calmase,
y contar hasta diez
para que se me pasara.
Yo no tuve a nadie sentado a mi lado,
a nadie que corriese detrás,
ni que se tumbase encima,
ni que me quisiera debajo.
Sólo una heridita descosida,
que se fue haciendo grande,
porque tenía un clavito salido,
y todo el que pasaba, la agrandaba
a tirón limpio.
Me sentí como eso mismo,
como algo por error en mitad de la vida de los demás,
molestando,
siempre de pie, siempre fuerte.
Yo no tuve la oportunidad de equivocarme,
ni de tener tiempo,
no de recibir comprensión,
o de comprender por qué el mundo,
tan joven,
ya me había dado la espalda.
Yo no tuve...
nada más que un puñado de letras.
Yo no tengo nada más que esto.
Mis palabras,
a las que llamo poesía.
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