Siempre te creí, Antonio.
Con aquello de ¨Caminante, no hay camino, se hace camino al andar¨
pero me quedó la duda de, entonces,
¿quién sembró aquellas flores y a sus espinas allí donde todo lo baña el horizonte?
¿Por qué aquí todos los espantapájaros parecen haber sido apaleados?
¿Por qué los forasteros que me cruzo parecen venir de una guerra de la que no hablan?
El dolor en este albero longitudinal es como una hidra de siete cabezas,
como hiedra venenosa,
o como un salpullido:
Porque hiere, pero la enfermedad va casi por dentro.
No quiero imaginar lo que me espera:
Si aquí no hay hijos de la mar a los que imitar cuando parta en mi último viaje,
Si aquí hay solo sirenas que me arrancarían la piel a jirones y dejarían solo lo seco de mi cuerpo.
Si aquí ya nunca hay Luna,
pero no cesa la noche.
Si me hiela los huesos el calor de un abrazo y siento,
en plena flor de la vida,
que en el interior me ruedan, empujadas por el viento ardiente:
barrillas que rompen el silencio de un lugar,
en el que nunca hay nadie.
Yo sé, Antonio:
Ya sé, que el pasado nunca vuelve.
y que aún así lo espero con los ojos inundados porque solo quedo yo;
Porque ¨los que están siempre de vuelta son los que no se han ido a ninguna parte¨
y yo no me moví del lugar en el que me dejaron esperando,
porque ¨ahora venían¨
A veces me asusta,
este silencio,
pero cada vez más lo necesito.
A veces me asusta,
el sonido de unos pasos que se alejen a la nada,
porque sean los míos.
Porque se vayan en soledad de este mundo.
Y no dejen en él más que un eco
hasta que desaparezcan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario