Si abrirse viera las puertas del infierno,
Y de ellas manaran todos los males del Pandora,
Si las cancelas golpeasen contra los muros de piedra
Y el ruido me asustara:
Allí yo la protegería.
A la niña que calzó mis ojos,
La del pelo rizo y las manitas llenas de padrastros y cicatrices.
Si como dando una bocanada de aire, el mar hiciera un pozo,
Y entre sirenas maliciosas y astillas de barco se crease un remolino,
Allí, entre los arduos caminos marinos,
Y los corales filosos,
Yo usaría mi cuerpo para que flotara encima,
Y aunque me rasguñase la espalda y el pelo arrancara:
Allí yo ahogaría mi rostro por verla a flote.
Si, por las mismas circunstancias,
El mundo, de pronto se partiera en dos,
Y cayeran sus adentros al vacío:
Una lluvia de aceros y chispas,
Un sin fin de ladrillos y ventanales...
Entre ellos de mi alma haría un caparazón,
Y la protegería de cualquier golpe,
De cualquier hematoma en forma de herida.
A ella, a la que calzó mis ojos,
A la niña que se sentaba a mirar en mitad del baile,
A la de debajo de la mesa,
A la de mitad de la guerra y en ocasiones:
Caballito de troya.
A ella, a la que tuvo mis ojos,
Y los vió apagarse frente al espejo,
Incrustados en ocasiones en sangre como por terapia de choque.
A ella, que sostuvo mi nombre y en un momento,
Cruzó mi infancia casi de pasada:
Saltando baldosas y escondida en las esquinas,
Pidiendo perdón y exigiendo ser
La perfección del universo;
Yo la protegería,
Yo la protegería a ella,
A ella,
A ella,
Porque yo ya me hice muy grande,
Y no me llega el cuerpo para defenderme de todos los frentes que me amenazan a mí.