- En honor a las acuáridas, que no las conocía hasta que me las presentaste-
Me la encontré sentada,
a medio camino.
Reclinada en la piedra
acariciando con los pies ese agua que manaba clara,
de la cascada de fondo.
Posaba los ojos arriba, libres,
como si al observar el cielo
viese un celeste
no perceptible a cualquier mirada.
Me la encontré a medio camino,
y al divisarla allí a lo lejos,
quedé muda.
Me escondí tras hierbas desconocidas,
y la observé,
como a las donas di aigua,
como Acteón a Diana,
o como se puede observar a un niño recién nacido...
de esa única manera:
Contemplando la gran obra de la vida;
Me la encontré a medio camino,
y al pasar,
aún invisible e innecesaria,
se giró a mirarme.
Y me llamó como piratas a sirenas,
y me atrapó como sirenas a piratas.
Me habló de estrellas,
y del vértigo del mar,
del mundo,
y yo de milagros.
Y así me la encontré por segunda vez,
como en un mito grecolatino.
A medio camino...
En un parpadeo, después,
la vi lejana,
tan fugaz y efímera,
que la creí acuárida,
-parecía haberse esfumado con la noche-
De pronto, tan cerca la tuve,
que cuando quise darme cuenta,
allí en mitad del camino,
me dejó a una distancia tan lejana,
como la de un beso,
incrustado en la memoria.